La Piedra Oscura es una pieza teatral de pequeño formato que se presenta estos días en la Sala Princesa, la pequeña del Centro Dramático Nacional y que está en boca de todo Madrid. Aunque estará hasta el día 22 de febrero en cartel no intenten conseguir entradas. Están todas agotadas desde el día del estreno, hace ya varias semanas. Pero no se preocupen ustedes, porque si quieren ver la función -yo se lo recomiendo- podrán hacerlo durante la larga gira que se le presume o cuando vuelva al CDN después del verano. Este último punto ha sido recientemente confirmado por el director. Es decir, que estamos ante un éxito sin paliativos que si no puede ser definido como superlativo sería solamente porque se trata de una función, como ya se ha dicho, de pequeño formato. Al menos de momento.
La sala Princesa recibe al espectador con sus sesenta butacas cubiertas con una camisa blanca con un número escrito en la espalda. Un guiño de Pablo Mesiez, entiendo, para que el espectador se sienta más involucrado en la historia, más metido en ella. Pero no es necesario. Porque esta historia que ha creado el joven Alberto Conejero (Jaén, 1978) sobre los últimos días de Rafael Rodríguez Rapún, en un hospital-calabozo cercano a Santander, engancha desde el principio. La historia comienza con monólogo del joven Sebastián, una chaval que aún no ha cumplido los 18 años y ya ha visto saltar por los aires todos sus sueños juveniles. Sin saber muy bien porqué, Sebastián se ha visto expulsado de su juventud, de lo que le tocaba vivir con su edad y se ve empuñando un fusil y custodiando a un soldado mayor que él con el que no quiere mezclarse y al que acabará comprendiendo.
Conejero ha fabulado sobre los últimos instantes de Rafael, un joven ingeniero de minas que fue secretario de La Barraca, que conoció a García Lorca e incluso inspiró los sonetos del amor oscuro del poeta y al que este confía sus papeles antes de morir. García Lorca tenía 38 años cuando lo mataron. Alberto Conejero cumple este año uno menos, y dice que ha escogido como materia para escribir La Piedra Oscura un pasado que no deja de lanzar incómodas preguntas sobre nuestro presente y los débiles cimientos de esta democracia ahora asediada. También confiesa que la pieza es un canto de amor a Federico, a su memoria como una luz imprescindible y a su cuerpo ausente –que aún se nos escamotea por razones incomprensibles, esto lo añado yo-. Y vaya si lo es. El canto de amor, quiero decir. Federico brilla en todo su esplendor en esta obra. El texto es un disparo sordo de emoción en mitad de la noche, cargado de lírica y de angustia. Un disparo que ha sido dirigido certeramente al corazón del espectador por Pablo Mesiez y ejecutado con verdadera pasión por Daniel Grao y Nacho Sánchez, soberbios en sus interpretaciones de Rafael y Sebastián.
La función nos sitúa ante el encuentro histórico –imaginado por el autor- del ingeniero Rafael Rodríguez su casi adolescente carcelero, un muchacho al que la guerra ha hecho crecer demasiado rápido. Contra todo pronóstico, Sebastián habrá de enfrentarse súbitamente a todos sus prejuicios, a la lección aprendida, a sus miedos y a sus sentimientos. No hay tiempo que perder, el azar ha querido colocarle ante la misión histórica de tener que asumir el papel de custodio del legado del gran poeta Federico García Lorca que Rafael ya no podrá cumplir. En un ambiente casi fantasmal creado por la escenógrafa Elisa Sanz, prisionero y guardián intercambiarán confidencias, y hablarán de la vergüenza y la culpa, del amor y la desesperanza, de la locura y la rabia de verse en un lugar y en un momento muy oscuro de la historia de nuestro país.
La Piedra Oscura es una joya teatral que se disfruta más cuanto más pequeño es el teatro en el que se ve. Búsquenla en las carteleras teatrales de su ciudad. No se arrepentirán.